jueves, 29 de enero de 2015

Actividad de los verbos de lengua del blog "El tinglado"



El otro yo
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le (formar) formaban rodilleras, (leer) leía historietas, (hacer) hacía ruido cuando comía, (meterse) se metía los dedos a la nariz, (roncar) roncaba en la siesta, (llamarse) se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: (tener) tenía Otro Yo.
El Otro Yo (usar) usaba cierta poesía en la mirada, (enamorarase) se enamoraba de las actrices, (mentir) mentía cautelosamente , (emocionarse) se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le (preocupar) preocupaba mucho su Otro Yo y le (hacer) hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no (poder) podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando (llegar) llegó cansado del trabajo, (quitarse) se quitó los zapatos, (mover) movió lentamente los dedos de los pies y (encender) encendió la radio. En la radio (estar) estaba Mozart, pero el muchacho (dormirse) se durmió. Cuando (despertar) despertó, el Otro Yo (llorar) lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después (rehacerse) se rehizo e (insultar) insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no (decir) dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida (pensar) pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo (reconfortar) reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando (salir) salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos (ver) vio que (acercarse)se acercaban sus amigos. Eso le (llenar) llenó de felicidad e inmediatamente (estallar) estalló en risotadas . Sin embargo, cuando (pasar) pasaron junto a él, ellos no (notar) notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho (alcanzar) alcanzó a escuchar que (comentar) comentaban: «Pobre Armando.Y pensar que (parecer) parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no (tener) tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que (parecerse) se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
Tomado de: Mario Benedetti, La muerte y otras sorpresas, Décimosexta edición, Siglo Ventiuno Editores, México, 1981.

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Una vez (estar) estaban tres hipopótamos en el río, muy aburridos. En esto (venir) vino un hombre y (querer) quiso hacer una foto a las hipopótamos. Los tres le (ver) habían visto porque tenía la máquina de fotos ante los ojos. El hombre (hacer) hizo la fotografía..., pero allí no se vio ni un hipopótamo. (Sumergirse) se habían sumergido, y el hombre solo (fotografiar) había fotografiado el agua. El hombre (ponerse) se puso a esperar. Por fin, los hipopótamos (salir) salieron de nuevo, aunque todavía (estar) estaban bastante metidos en el río. El hombre (echar) echó a correr hacia ellos. Los hipopótamos, sumergidos en el agua, abanicándose con las orejas, vieron cómo (correr) corría el hombre. Este (volver) volvió a hacer la fotografía..., pero no se volvió a ver ningún hipopótamo. El hombre (volver) había vuelto a fotografiar el agua. Entonces (sentarse) se sentó en una piedra y (ponerse) se puso a esperar. Por fin, volvieron a salir los hipopótamos. Y esta vez (salir) salieron mucho. El hombre inmediatamente (salir) salió corriendo. Los hipopótamos (volver) volvieron a sumergirse y, guiñando los ojos, vieron cómo el hombre (sudar) sudaba la gota gorda. Entonces el hombre volvió a hacer la fotografía..., pero no se volvió a ver ningún hipopótamo. Solo (fotografiar) había fotografiado el agua. Y así una vez y otra vez. Los hipopótamos dejaron que el hombre corriese y corriese, y así es que cuando (llegar) llegó la tarde él (fotografiar) había fotografiado veinte veces el agua. Y los hipopótamos se pusieron muy contentos, porque (pasar) habían pasado el dia entero sin aburrirse.
Úrsula Wölfel, Veintiocho historias de risa.

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La historia del sacapuntas

Una mujer tenía la intención de escribir un gran libro. (Comprarse) Se compró un montón de papel, cincuenta lápices nuevos y un buen sacapuntas. A partir de hoy su marido y sus hijos solo hablarían bajo y andarían de puntillas, pues la mujer (querer) quería empezar enseguida a escribir el libro.
(Preparar) preparó el papel y (afilar) afiló el lápiz. Mientras tanto (pensar) pensaba en la primera frase.
(Afilar) afiló otro lápiz y siguió pensando la primera frase.
La mujer afiló hasta el final los cincuenta lápices y otros siete mil quinientos doce. No (tardar) tardó ni tres semanas. Todavía no (escribir) había escrito la primera frase, pero ya (ser) era campeona del mundo en afilar lápices. (Salir) Salió en el periódico.
Úrsula Wölfel, Veintinueve historias disparatadas.

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La historia del señor que siempre estaba pensando en otra cosa

Cierta vez un señor (querer) quería lavar la ropa, guisar patatas y limpiar la cocina. Pero como (estar) estaba pensando en otra cosa, (poner) puso el cubo con la fregona en el fogón y (echar) echó las patatas en la lavadora y (verter) vertió el jabón en polvo en el suelo. Luego, en seguida, se dio cuenta de que lo (hacer) había hecho todo al revés. Inmediatamente (quitar) quitó el cubo del fogón y las patatas de la lavadora y (barrer) barrió el jabón en polvo. Entonces (querer) quiso volver a hacerlo todo bien. ¡Pero (volver) volvió a pensar en otra cosa! (Poner) puso la fregona en la lavadora, (echar) echó el detergente en la cacerola, y las patatas en el cubo de fregar. Cuando (empezar) empezó a limpiar, se le (caer) cayeron rodando las patatas y, cuando (estar) estaba recogiéndalas, se dio cuenta de que el agua con el detergente (empezar) había empezado a hervir de tal modo en la cacerola, que toda la cocina se (estar) estaba llenado de espuma jabonosa.
La señora (echarse) se echó a reír y (gritar) gritó: "¡Ahora, por lo menos, la cocina estará limpia!"
Y entonces (hacer) hizo todo a derechas.

Úrsula Wölfel, Veintiocho historias de risa. (Texto adaptado.)


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HABALABA Y HABLABA, de Max Aub

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y (hablar) hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada no (hacer) hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y (empezar) empezaba a hablar.(Hablar) Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le (dar) daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le (meter) metí la toalla en la boca para que se callara. No (morir) murió de eso, sino de no hablar: se le (reventar) reventaron las palabras por dentro.


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EL MONSTRUO DE LA LAGUNA VERDE, de Fernando Iwasaki

Comenzó con un grano. Me lo reventé, pero al otro día (tener) tenía tres. Como no soporto los granos me los (reventar) reventé también, pero al día siguiente ya eran diez. Y así continué mi labor de autodestrucción. En una semana mi cara (ser) era una cordillera de granos, minúsculos volcanes en podrida erupción. Los granos de los párpados no me (dejar) dejaban ver y los que tenía dentro de la nariz me (doler) dolían al respirar. Pero seguí reventándolos con minuciosa obsesión. No me di cuenta de que me habían saltado a los dedos y a las palmas de las manos hasta que (sentir) sentí ese dolor penetrante en las yemas. La infección se había esparcido por todo mi cuerpo y los granos crecían como hongos por mi espalda, las ingles y mi pubis. Si cerraba los brazos (reventarse) se reventaban los granos de mis axilas. Un día no pude más. Me (mirar) miré al espejo por última vez y (dejar) dejé sobre la mesa del comedor mi carné de identidad. Después me (perder) perdí en la laguna.

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